lunes, 15 de febrero de 2016

Tokio blues, la vida y el suicidio en Japón

 


A la entrada del bosque Aokigahara, al pie del monte Fuji, al oeste de Tokio, hay un cartel que reza: «Un momento, por favor. La vida es un precioso regalo que le dieron sus padres. No guarde sus preocupaciones sólo para usted, busque asistencia.» No está puesto el cartel por tonterías. Este enorme bosque de unas 3000 hectáreas, conocido también como Jukai (mar de árboles), es uno de los lugares preferidos por los japoneses para cometer suicidio. En 2001 fueron recuperados cincuentainueve cuerpos; en 2002, setentaiocho, y ya para 2004 el gobierno del Japón dejó de publicar las cifras, como otra de las medidas desesperadas para bajar la tasa de los suicidios en el país. La fama de este bosque como lugar de muerte, tiene siglos. Se dice que en la antigüedad, en tiempos de hambruna, los padres llevaban allí a sus niños a morir. También que las familias dejaban en el sitio a sus ancianos para que finalizarán sus días en paz. Ya en el siglo XX, en específico en 1993, Wataro Tsurimi, escribió un libro que rápidamente generó polémica, nada más y nada menos que El completo manual de suicidio, 198 páginas de una guía muy aséptica que muestra los diversos métodos para morir de forma voluntaria. La primera edición vendió más de un millón de copias, todo un éxito de ventas que ya va por los trece millones. En este libro, Wataro Tsurimi señala al Jukai como el mejor lugar para morir. En los años sesenta, Seicho Matsumoto escribió un drama de televisión conocido como Nami No ToLa torre de onda, en el que se cuenta la historia de una muchacha joven, con un amor infeliz, que se suicida en este bosque. La historia fue muy popular, y los suicidios en el Aokigahara no menos populares.

Muchas son las razones por las que el suicidio es un problema fundamental en Japón. Podemos incluso remontarnos a razones históricas. Recordemos a los samuráis y su concepto del honor y del deshonor que lleva al famoso harakiri. En la Segunda Guerra Mundial muchos oficiales japoneses se hicieron el harakiri ante la derrota. Las imágenes de Cartas de Iwo Jima (2006) que nos regaló Clint Eastwood son bastantes elocuentes al respecto.

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